La objetivo principal de este restaurante es la utilización de mucho producto gaditano.
Había interés por probar en el nuevo restaurante que ocupa parte de lo que antaño fue el Hotel La Catedral y que tan mal regusto nos dejó al probar su restauración. Se trata de un local situado en el hotel Olom, propiedad del Grupo Origen, de titularidad mejicana, que tuvo la feliz idea, para confeccionar la carta, de contactar con Luiti Callealta, tanto para la del restaurante como para la de la terraza de la plaza de la catedral (denominada Momento), estando Alvaro Vela al cuidado de la cocina. La idea es la utilización de mucho producto gaditano.
No nos pudo acompañar Juanjo, que estaba de viaje
La mesa nos la instalaron en la terraza interior, rodeada de vegetación, pero que hubo de ser trasladada, a mitad de la cena, a la sala interior por un amago de lluvia que luego quedó en nada. Iluminación tenue con lamparitas muy originales y música ambiente a un nivel muy soportable que no incidía en las conversaciones.
Personal atento y educado, con poso, y un servicio un tanto lento, posiblemente por tener que atender al restaurante y la terraza al mismo tiempo, cosa que se debería solventar. Un detalle que no gustó fue el hecho de haber propuesto un menú previo que luego, sobre la marcha, fue modificado unilateralmente por la cocina, sin consulta alguna. En todo caso, fueron platos de buena entidad, aunque muchos íbamos con una idea preconcebida que no se pudo cumplir. El dato curioso fue la cubertería, que venía en un estuche de cuero que manifiestan ser de Ubrique, al estilo de las herramientas de los carpinteros. A su vez, el agua se servía en un búcaro o botijo alargado y cilíndrico de bella presencia.
Ya en la mesa, tras un aperitivo líquido que incluyó cervezas y algún que otro palo cortado, nos pusieron el primer aperitivo sólido de la casa, consistente en un saam de atún que se dejaba comer muy bien, seguido de unas porciones de mantequilla, unas de albahaca y otras de trufa, para untar con un pan de muy buena factura elaborado por La Cremita, y que también sirvió para mojar en los cuencos de un muy apreciable aceite de Molino El Salado.
El primer plato consistió en presa ibérica semicurada por maceración con limón, naranja y soja, con tomates secos, rúcula y parmesano, en el que la carne se presentaba en una especie de carpaccio coronado con unas tiras de pepino. Plato agradable al que más de uno le echó un poco del aceite del aperitivo para realzar aún más su sabor.
El segundo plato estaba compuesto por unas láminas de atún de almadraba en cebiche de melocotón a la brasa y maíz, plato más conseguido que el anterior y al que no había que ponerle nada más para degustarlo
A continuación se sirvió un steack tartar de vaca retinta, elaborado a la vista de los comensales con ingredientes clásicos que incluyen, por supuesto, la yema de huevo, y que cumplió con los cánones que se asignan a tal plato.
En sustitución de los platos principales inicialmente propuestos, se llevaron a la mesa unos canelones de carrillera ibérica cubierto por una bechamel de trufas y setas y la salsa del guiso. bastante sabroso, sobre todo la parte cubierta por la bechamel, así como un calamar de potera hecho en jósper que resultó un poco falto de terneza, quizás algo crujiente, pero muy bien acompañado por un notable puré cremoso de patatas trufado.
Para terminar, los postres, dos, uno de los cuales era un melón impregnado en margarita y manzanilla (fusión de Cádiz y Méjico), y el segundo un estupendo bizcocho emborrachado al momento en brandy de Jerez previamente flambeado, y coronado con una crema de limón y albahaca. El bizcocho empleado también procedía de La Cremita.
La comida se regó mayoritariamente con varias botellas de Entrechuelos Roble, de la bodega de Miguel Domecq, que no desentonaron
Con ello se acabó la cena que, aun resultando aceptable, nos dejó un regusto a que podía haber salido mejor, lo cual habrá que comprobar en el futuro, ya que en visitas particulares previas había resultado más satisfactoria